Por fin, ¡Un periodista templado y honrado!

En esta extensa e interesante novela, El imperio de las lágrimas,  que su autor José Frèches, ambienta en una China colonizada y vejada por el opio que Inglaterra importaba, exportaba y distribuía por amplios y numerosos fumaderos, mientras la expoliaba de sus preciados bienes comerciales y de sus riquezas de antigüedad milenaria; en una China imperial agonizante; en una China tierra de misión de católicos y protestantes; en una China misteriosa y fascinante para las sociedades occidentales; … aparecen y se recrean numerosas historias y variopintos personajes: el clásico jefe de la Compañía, el francés que pretende medrar, el chino que huye de palacio, cónsules corruptos y sus mujeres engreídas, una noble rusa amante del emperador, una mujer enamorada, bandas conspiradores chinos contra su emperador y contra los opresores occidentales, hombres y mujeres miserables de lo pobre que eran, degradados fumadores de opio, jesuitas y presbiterianos, … y, como no podía ser de otra manera, un periodista. Que aunque no sea el principal protagonista, sí juega un papel importante en el desarrollo y término del trasfondo de una historia que lo sustenta todo.

Por una vez -y esto es muy para destacar- el periodista es el más templado y horrado de todos los personajes. Este periodista era un hábil grafista de una de aquellas revistas inglesas ilustradas de principio de siglo: Un “semanario de dieciséis páginas ilustradas con veintidós grabados, creado cinco años atrás” y que gracias a los férreos métodos de gestión de su redactor jefe se había convertido “uno de los órganos faro de Gran Bretaña, es decir, en un medio temido y respetado, capaz de cambiar a su antojo la opinión pública y sobre el cual se arrojaban con voracidad todas la minorías políticas, económicas e intelectuales del país”. Eran buenos tiempos para las publicaciones impresas.

Un buen día el director llamó a nuestro ilustrador a su despacho: “Deseamos llegar a los cien mil ejemplares y para ello necesito imágenes, cantidad de imágenes de catástrofes, cantidad de imágenes insólitas, cantidad de imágenes de reyes y reinas, cantidad de exotismo. Gran Bretaña es una isla minúscula donde no ocurre nada sensacional. Las violaciones y los crímenes son raros y los cocheros de las diligencias se ha vuelto tan sensatos que ahora los accidentes se cuentan con los dedos de una mano. China en cambio, es una mina, es un país inmenso, de costumbres primitivas, poblado de gente de una crueldad increíble. ¿Habéis oído hablar de ese suplicio chino de la gota de agua? Hay que ser chino para inventar una cosa así. Solo con las noticias relacionada con el opio que les vendemos… Sobre China se pueden hacer artículos fabulosos: China es un tema de venta fantástico”. Y allá se fue nuestro reportero cargado de lápices -en la actualidad serían cámaras de fotos- para reportar historias ilustradas de impacto.

Auteur : Jose Freches , LaProcure.com

Con esta perspectiva se podría inducir que nuestro periodista se convertiría en una persona sin escrúpulo que solo buscaría el morbo y la construcción de una realidad inventada pero que impactara en la sociedad británica. Pero no, haciendo caso a su director que le recalcó que “el periodista debe limitarse a describir lo que ve. No podemos erigirnos en reformadores de las costumbres. Lo único que queremos son reportajes sobre los niños de cinco años que trabajan en las minas de sal y las niñas de trece años que venden sus encantos en las casas de latrocinio. Y, sobre todo, nada de artículos de moralina y lágrima fácil con los que solo conseguiríamos aburrir al personal que, como ese aspecto le tiene sin cuidado, nos dejaría en la estacada. El éxito de una revista se basa en esa sutil alquimia entre principios antagónicos”. No parece que sean malos consejos.

Con esas premisas, nuestro periodista consigue encontrar su historia, su gran reportaje que le encumbre en el periodismo. Pero no lo logra impulsándose en intereses espurios -como muchos periodistas lo hacen en la actualidad- no, él, por encima por encima de los intereses “del periodista estudioso movido por la pasión de la verdad, respondía también a una exigencia de justicia”. De tal manera, que es unos de los pocos casos en los que se testimonia que haciendo periodismo de calidad, imbuido de responsabilidad social, se alcanza el éxito profesional y que, además, haciendo ese tipo de periodismo, la historia, la realidad, acaba bien. Aún a pesar de que en muchas ocasiones tuviese que escuchar nuestro protagonista: “¡Los periodistas sois todos iguales! No describís la realidad tal cual es sino a la medida de vuestros gustos”. Esa generalización, también en la actualidad, es una cruz que sobrellevan los periodistas horrados.

Me alegra haber descubierto que un novelista recrea una imagen diferente de la habitual con la que se presenta al periodista.

 

«La prensa nunca es libre. La prensa necesita dinero…

Son los lectores lo que financian los periódicos. Nuestra revista solo tiene un dueño: sus lectores.

¡Ojala! esté en lo cierto».

 


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